17.- La cena del Señor

Cumpliendo la otra gran comisión (Santiago 5.19-20):

 

LA CENA DEL SEÑOR

(Solo para ministros de iglesias cristianas)

 

  1. En algún momento de sus pocos años de ministerio, Jesús había dicho que para tener vida eterna, para ser resucitados en el día postrero y que permanezcamos en ÉL, es necesario que comamos su carne y bebamos su sangre. De quienes le escucharon aquella vez, muchos que habían sido sus discípulos -no entendiéndole ni creyéndole- volvieron atrás y ya no andaban con ÉL. Hubo otros que tampoco le entendieron; pero permanecieron con ÉL porque no conocían dónde hallar vida eterna fuera de ÉL (Juan 6.54-68).

 

  1. Posteriormente, la noche en que iba a ser entregado, a estos últimos les expresó que para Él era un gran deseo tomar esa pascua con ellos, por última vez. Todos conocemos muy bien el mandato que dio en aquella ocasión a sus discípulos, de hacer lo mismo en memoria de Él, de tal manera que hoy quizá en todas las iglesias cristianas se acostumbre hacerlo, aunque no se entienda, y exactamente por esta causa, en muchas se ha convertido en tradición, culto y ceremonia. Están sirviendo un vino nuevo en un odre viejo de la ley.

 

  1. Por la revelación de Jesucristo al apóstol Pablo, sabemos que participar de la cena indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, conlleva unos riesgos de muchas y terribles consecuencias: Ponerse en la silla de los acusados. Y quienes son hallados culpables de su muerte por esta indignidad, pueden recibir enfermedades, debilidades y muerte, en castigo por ese acto indigno.

 

  1. Entonces aquí tenemos que lo que Jesús ofreció para bien, a muchos les puede resultar en terribles males. Y si entendiéramos esto, nos pondríamos en gran disyuntiva, deseando participar para alcanzar las promesas; pero temiendo hacerlo indignamente, porque recibiríamos castigos.

 

  1. A fin de  ilustrarnos qué tan terrible puede ser el juicio decretado por el Padre para un participante indigno, recordemos que hubo alguien a quien castigó por avaricia, con muerte física y la perdición de su alma (Juan 13.27, Hechos 1.16-20).

 

  1. Así que centremos nuestra meditación en que la indignidad está en no discernir el cuerpo del Señor (1ª. a Corintios 11.29). En esto tenemos una gran limitación, pues las escrituras no dicen en qué consiste discernir el cuerpo del Señor. Existen muchos ministros que este discernimiento lo encajonan en cuestión de dogmas, doctrinas y palabras intelectuales; pero si revisamos el único caso disponible sobre este asunto, que es el de Judas Iscariote, nos daremos cuenta que no encuadra en estos argumentos.

 

  1. ¿Cuál era la situación espiritual de Judas? ¿Qué es lo que él no pudo discernir acerca del cuerpo de Cristo? Recordemos que Judas fue uno de los 12 que Jesús escogió de entre muchos discípulos, y que fue enviado como apóstol igual que los otros 11 y los 70, para hacer señales, milagros y prodigios. Es decir que Judas era un ministro de Jesús, un embajador que acercó el reino al pueblo judío. Lo menciono por aquellos ministros que creen tener la salvación asegurada porque ya repitieron una oración y porque están haciendo la obra.

 

  1. Judas había caído en el pecado de avaricia al sustraer dinero de la bolsa, y al aparentar piedad y compasión por los pobres, y en algún momento se empezó a desilusionar de aquel a quien esperaba ver como el rey humano de Israel que le otorgaría un puesto político; pero eso no fue lo más indigno en él.

 

  1. Recordemos que el cuerpo de Cristo es Su iglesia, y tengamos en claro que esto no es un simbolismo, sino una realidad física y espiritual. La participación en la cena del Señor tampoco es un acto simbólico, porque ÉL dijo: “Esto es . . . . . ”, no dijo: “Esto simboliza . . . . . . ”.

 

  1. Y si el cuerpo de Cristo es Su iglesia, entonces lo que debemos discernir es Su iglesia, no con dogmas, doctrinas e ideas muy bonitas pero insustanciales, sino de otra manera que quizá no hemos entendido: Estar unánimes, tener un mismo sentir y un mismo pensar, una misma fe, una misma vocación, un Señor, un bautismo, un solo Dios y Padre; un vínculo de humildad y mansedumbre que nos haga aptos para soportarnos con paciencia, saber vivir en paz y guardar la unidad en el Espíritu (Efesios 4.1-6). Y yendo más allá todavía, no ser indiferentes los unos con los otros (Santiago 2.14-16, Gálatas 6.2, 2ª. a Corintios 8.14, 1ª. de Juan 3.17).

 

  1. Volvamos al caso de Judas. Lo que a él le sucedió es que ya no tenía comunión con el cuerpo de Cristo, es decir con los otros 80 apóstoles y los más de 500 discípulos (1ª. a corintios 15.6-7, ni con la Cabeza del cuerpo. Judas no estaba discerniendo el cuerpo de Cristo, no por cuestión de ideas dogmáticas, sino de actitudes hacia el cuerpo. Esto mismo sucede muy comúnmente en las congregaciones cristianas: Hay ofensas no perdonadas, hay injusticias no reparadas, hay diversidad de fe aún en la misma congregación, hay . . . . . . .  tantas cosas entre los hermanos. Estas actitudes que permanecen sin solucionarse, son las que nos llevan a no discernir el cuerpo de Cristo, y por lo tanto al participar de la cena dentro de la propia congregación, se hace de manera indigna. Por eso está evidente el castigo de Dios en las iglesias, al haber tantos enfermos físicos, débiles y muertos espiritualmente; pero muy obedientes en participar de la cena del Señor, solo que por la ignorancia lo hacen indignamente.

 

  1. Inclusive existen iglesias que afirman estar discipulando conforme al modelo de Jesucristo, y tienen a la iglesia dividida en reuniones semanales en las que se les separa por posición socio-económica, por grupos de afinidad en tal o cual aspecto. Ignoran que Jesús hizo con los 12 un solo grupo en el que se mezclaron diversidades tan opuestas como Mateo y Simón el Zelote. Aquél, un honorable funcionario del gobierno romano, y éste, el miembro de una guerrilla de insurrección en contra del conquistador romano. Imagínense qué tan difícil no habrá sido para algunos aprender a tolerar al impulsivo Pedro, al incrédulo Tomás, a los envidiosos hermanitos Zebedeo, y así sucesivamente con todos los doce y los demás discípulos.

 

  1. Es necesario que los ministros se den cuenta de estas cosas, para que empiecen a corregir lo deficiente (Tito 1.5), y puedan ellos mismos escapar a la condenación que viene por indolencia al hacer la obra del ministerio. Si la ley que es buena, santa y justa, puede acarrear grandes males (Romanos 7), participar de la cena indignamente, acarrea males mayores: Juicio, condenación y muerte en el lago de fuego, en vez de la promesa de vida eterna y la resurrección.

 

  1. Por otra parte, existen muchos ministros “cristianos” que son practicantes del sacerdocio levítico en alguna(s) de sus ordenanzas. Esto les quita el derecho de comer del altar que tenemos en el nuevo pacto. Este altar es la cruz donde murió Jesús, y por lo tanto, se refiere a tomar la cena del Señor (Hebreos 13.10).

 

  1. Cuando participas de la Cena del Señor en una congregación donde eres un total desconocido, ciertamente no habrá ofensas entre ellos y tú que te pudieran estorbar; pero muy seguramente sí habrá diferencias en la fe, en el bautismo, en la doctrina, y por lo tanto, no habría unanimidad, será también una participación indigna (Efesios 4.4-6).

 

 

 

Ministerio de Enseñanza Nuevo Pacto

Hno. Ramón Oliveros Ochoa

Hna. María Auxilio Carrillo Ibarra

Actualizado a febrero de 2014